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lunes, 25 de enero de 2016

Hola amig@s el otro día me contaron una historia que he reconvertido, todo lo que se cuenta es real en esencia, al menos eso me han contado y yo no soy quien para cuestionar la veracidad de los hechos. Lo que he cambiado es ubicación, nombres y demás. Espero que os guste.
La historia me ha salido un poco larga así que la voy a trocear en cinco partes y que iré colgando.

La inquietante historia de Patxi el desencarnado sobador de la calle Pelota.

Escena uno
Amanecer en la pensión España.
Patxi golpeó el diminuto despertador que siempre le acompañaba en sus viajes. Llevaba toda la vida apagando el maldito cacharro; a fuerza de costumbre le tenía un cierto cariño. Se incorporó de la cama de la pensión, se frotó los ojos, recostado en el cabezal de madera de tipo castellano, algo descolorido por el paso de los años, se miró los pies que emergían detrás de su enorme tripa, se la masajeó e imaginó el enorme chuletón de retinto navegando en mares de buen caldo de la tierra que regaban otras islas menores que, en forma de entrantes, se fundieron en su interior en la cena de la noche anterior.
Se levantó y, cuidadosamente, inició su ritual de aseo diario. Era muy importante tener buena presencia si a lo que te dedicas es a vender productos de belleza, peluquería y estética en general.
Cuando estuvo listo, y eso no ocurrió hasta hora y media más tarde, bajó las escaleras, ya que aquella pensión, era limpia, económica pero sin lujos ascensoriles, se dispuso, entonces, a ir en busca del desayuno.
Para alguien que no se comía una rosca desde que tenía catorce años, y fue por equivocación, la comida y otros derivados se pueden convertir en algo de importancia capital. Por eso, aún con la pesadez de la cena del día anterior en su vientre, paladeó cada miga del mollete con jamón ibérico, zumo de naranja, café doble y negro, acompañado de un segundo largo de leche. La camarera, una chica rumana que hablaba perfectamente castellano, con cierto deje gaditano, le preguntó si quería algo más, el no pudo ni quiso resistirse a pedirle un par de ensaimadas que tenían una pinta fantástica.
Después de acabar y reposar el desayuno unos minutos, sintió cómo en su interior se estaba desatando una revolución, y pensó que la fábrica de gases estaba en plena producción.
Miró su agenda y vio que, en primer lugar, le tocaba ir a visitar una peluquería donde siempre había hecho buenas ventas, pudo leer en sus anotaciones.
Peluquería de señoras Chari, calle Pelota nº 32.
Tenía buena memoria y recordó la última venta. Cádiz era una ciudad que le gustaba, por la gente y la comida. Se encontraba a menos de cinco minutos andando hasta llegar a la peluquería. Agarrado a sus maletines, uno de catálogos y otro de muestras, disfrutaba de su paseo gaditano.
El casco antiguo de Cádiz a esa hora de la mañana reverberaba una luz extraña. La presión en el estómago había remitido un poco, pero, de vez en cuando subía una garra que le atenazaba el pecho. Quiso eructar y no lo consiguió; de repente le subió un torrente de gas. Buscó una casapuerta de emergencia y encontró una abierta.
¡Hay que ver lo confiados que son estos gaditanos!.
Cuando estuvo dentro, a salvo de miradas y oídos indiscretos soltó un eructo que sonó como una trompeta del infierno. Se sintió mejor, mucho mejor, ya puestos se tiró un pedo que le hizo, casi, levitar de placer. Recordó el dicho: “Mea claro y peete fuerte y ríete de la muerte”.
Alertada por tanto escándalo, la señora María, una anciana que vivía sola en un partidito de aquel patio de vecinos, salió a ver qué ocurría. Al ver a Patxi y su enorme sonrisa de niño travieso le dijo.
- ¿Estás bien titi?
- Mejor que nunca señora, quede usted con Dios.
- Ten cuidadito, hijo, y coge por la sombra que el sol pega mucho por esta tierra.
Patxi sonrió, tocó el hombro de la anciana con un par de golpecitos que la señora María agradeció interiormente ya que no la tocaba nadie desde que se rompió la cadera en 2001 y lo vio marchar resoplando en busca de la sombra.

Sed felices o, al menos, intentadlo...

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